Los curanderos mayas, como las comadronas, son guiados a su profesión por sus sueños. No eligen convertirse en un curandero. Están dirigidos a este destino por sus sueños. Sus sueños también los guían para encontrar y aceptar un hueso especial, que es su instrumento en el procedimiento de alinear un hueso. Para el sanador y sus pacientes, el ajuste del hueso quebrado se realiza por el hueso especial que está oculto en la mano del sanador, y que misteriosamente localiza la rotura, se fija en él, y ejerce una fuerza invisible. La relación entre el sanador y su hueso mágico se llama k’o rixiin en el idioma maya Tz’utujil. Literalmente significa un don que pertenece por igual al sanador y al objeto mágico que encarna su poder. El hueso mágico y el sanador trabajan juntos comunicándose íntimamente entre sí para ajustar el hueso. El sanador y su hueso mágico están unidos entre sí como esposos, durante toda la vida del sanador.
Benjamin D. Paul, antropólogo de Stanford Universidad, estudió los curanderos de huesos de San Pedro la Laguna. Paul cuenta cómo una curadora, Ventura, aprendió la profesión. En un sueño, a Ventura se le dijo que reconstruyera un esqueleto colapsado. Cuando Ventura dijo que no sabía cómo hacerlo, le dijeron que usara el hueso mágico. Con el hueso especial comenzó a identificar los diferentes huesos del cuerpo, mientras reconstruyó el esqueleto, desde el dedo del pie hacia arriba.
Según Paul, una comparación de los curanderos de San Pedro “revela un patrón común. El candidato encuentra un objeto pequeño parecido a un hueso, que se mueve, y en sueños se le indica que lo recoja. Lo guarda y durante algún tiempo, que puede ser corto o durar varios años, no reacciona ante los enigmáticos mensajes que recibe. Normalmente sufre por ello de alguna manera hasta que empieza a poner en práctica su llamamiento. No le enseña nadie, solo en sueños se le indica cómo curar, y en todo caso es el hueso secreto lo que hace el trabajo.”1
El sanador realinea una fractura por medio de manipular y masajear el área de la rotura con su hueso místico. Luego aplica a la herida unas hojas de tabaco calentadas y envuelve la herida en un vendaje apretado y, cuando es necesario, una férula. Para él, es el hueso mágico que hace la curación; él es sólo la persona que aplique el instrumento. El paciente puede ofrecerle dinero para el servicio, o se le puede dar comida; pero porque su profesión es sagrada, el curador nunca cobra.
- De la revista Ethnology, Volumen XV, No. 1, Enero de 1976.