Los mayas, como muchas otras civilizaciones antiguas, miraban el cielo nocturno. Eran extremadamente precisos en su conocimiento del movimiento del sol, la luna, Venus y otros planetas. Se conocían las fechas de los solsticios y equinoccios. Los edificios en el centro de sus ciudades estaban situados de tal manera que la luz del sol se alineaba a través de las aberturas en esos días. Incluso hoy en día, los ajq’ijaab’ (contadores del tiempo) realizan rituales en la plaza en sitios como Waxaqtun, donde en el equinoccio el sol ilumina el interior de una habitación en la cima de la pirámide. La mayoría de los mayas, sin embargo, honran el día con una ceremonia mucho más pequeña y personal al amanecer, como en la pintura.
La creencia ancestral maya es que la salida del sol marca el comienzo de todas las cosas. Alrededor de los equinoccios, que marcan el inicio de la primavera y del otoño, los mayas celebran grandes fiestas de bendición de semillas para sus cultivos. Para los mayas, los equinoccios significan el comienzo del tiempo para plantar o cosechar sus principales cultivos dietéticos, uno de los cuales siendo el maíz. Realizan diversas ceremonias para celebrar los movimientos astrológicos con el sol en la línea del Ecuador. Creen que este evento proporciona un equilibrio en el ser humano y el universo. Los ajq’ijaab’ realizan rituales como el que se muestra en la pintura. La recreación de los juegos de pelota mayas, que simbolizan la regeneración de la vida y sirven para garantizar el orden cósmico, se pueden realizar junto con presentaciones folclóricas. En esta pintura vemos a la gente de San Pedro la Laguna bendiciendo las mazorcas de los cuatro colores del maíz. Velas de cuatro colores se funden en el fuego sagrado.